Fue como divorciarme de mi mismo; mente y cuerpo ya no convivían. Veía, sentía, padecía (o disfrutaba) toda la circunstancia de mi corporeidad. Sin embargo éramos ahora dos entidades totalmente separadas, por lo menos materialmente.
Comencé a creer cosas, que cuando formaba parte de uno solo, me resultaban inconcebibles. Obligué a mi cuerpo leer e investigar otras cosas para que mi parte racional pudiera comprender esta separación inédita en el ser humano.
Mis manos, o más bien las de mi cuerpo ya que no me sentía él, supieron tomar como primera opción un libro bastante antiguo que descansaba en la biblioteca de la facultad. El título acusaba unas meditaciones que excedían lo físico y un autor francés firmaba al pie.
Vagando en el texto que me parecía complicado innecesariamente, creí entender la postulación de un “yo” (que en realidad era él) como ente inseparable, indivisible, en definitiva uno solo. Una analogía con un piloto y un navío hicieron sentir que el cuerpo al que juzgaba mío no estaba tan a la deriva, me sentí más cerca. Sin embargo esa unión tan normal, cotidiana que experimentamos en tanto substancias pensantes, no formaba parte de la realidad que más me representaba. De todas formas me fui conforme sabiendo que quizás era tan solo un síntoma, una ilusión o tal vez solamente la magia indescriptible de mi inconsciente durante un sueño bastante duradero.
Nunca advertí cuando el adormecimiento atacó mi cuerpo, pero si supe cuando recuperé la conciencia y recién ahí puede ver sus ojos abrirse. No quería sentirme separado, pero inevitablemente no podía mentir más sobre mi condición, o mejor dicho nuestra condición, si es que a las dos correspondo.
Aquella meditación de orden número seis había sabido calmar mi sed, por lo que sin dudar comprendí que necesitaba un vaso más de hojas escritas por aquel hombre. La parte que me representaba en el mundo físico pidió el libro nuevamente encontrándose con una respuesta negativa. Un nuevo libro, del mismo padre, apareció en el mostrador, acepté. “Les passions de l´ âme”.
Separado en artículos este texto no solo me parecía complicado sino además confundía más mi parte incorpórea. De todas formas pude rescatar de los primeros artículos una idea nueva dentro del mismo autor. Estaba viviendo ese punto donde el pensamiento comienza la alianza con la desesperación y se convierte en títere de ésta. Alma, cuerpo, razón, sentimiento, ¿cuál o quién era? El cuerpo, a pesar de saber que era mío, se había convertido solo en un instrumento de mi alter ego.
La enunciación del cuerpo como aquello sobre lo cual actúa el alma directamente, parecía contradecir las meditaciones anteriores y proponía examinar las diferencias entre cuerpo y alma. Recorre pasiones y acciones refiriéndose a características propias de cada una de las divisiones, pero no de ambas como un todo a pesar de una inmediatez indisimulable. Todas estas cuestiones no hacían otra cosa más que confirmar en palabras mis pensamientos, a la vez que me aterraba y estremecía el cuerpo que le pertenecía a mi alma.
Cada vez que avanzaba en la lectura me daba cuenta que esta viviendo lo que alguna vez este autor escribió. Noté que todo lo que excedía a mi cuerpo pertenecía a ese yo racional que a la vez no era más que pensamientos provocados, generados por mi alma. Sin embargo el fin de lo físico, según este pensador, no dependía de la separación con su alma; por lo que decreté mi supervivencia. Sin embargo el miedo y yo seguíamos conviviendo.
Logré dispersarme llevando a mi organismo a comer y obviamente él fue quien pagó. Mientras disfrutaba el almuerzo mi alma descansaba despejada. Al terminar, la plaza fue el destino y un viaje a bordo de una novela fueron el medio para la distracción perfecta que le dio la paz a ambos.
Cuando la luz hizo que uno de mis sentidos dejara de funcionar correctamente imposibilitándome la lectura, volví a mi domicilio. Confieso que no me ocupé de hacerle cargar la culpa a ninguna de mis dos mitades.
Al despertarme al otro día noté que mi condición seguía siendo la misma, pero un poco ya me había acostumbrado. Caminé hasta el baño y logré emprolijar mi anatomía después de una afeitada y una ducha. Salí a visitar amigos para contarles de mi experiencia pero con cada uno que me encontraba aparecían frente a mí mil excusas para guardar esta realidad. De todas formas fui hasta la iglesia y confesionario de por medio, sin mirarlo a la cara puede escupir al párroco mi divorcio sin común acuerdo. Obviamente no creyó una sola palabra, me trató de sacrílego, hereje y no se cuantas otras cosas que en otro tiempo hubieran sido perfectas conductas para conducirme a la hoguera. Pero hubo algo que logró inquietar mi espíritu, mente o lo que fuera. Antes de levantarme y sin despedirse, el mensajero de dios me dijo algo: que de ser verdad lo que yo le decía, no tenía razón alguna para preocuparme porque si mi alma estaba por fuera, ya estaba muerto. Frase que quedó rebotando en el aire y modificó la expresión del rostro que solía mirar al espejo.
Por culpa de ese hombre con sotana comencé a creer que esto que me sucedía era un prólogo de lo que iba a ser mi muerte. Quizás mi deceso o el de mi cuerpo estaría por llegar y esto era lo que le sucedía a uno tiempo antes que la parca atacara. Empecé a sufrir por algo que no sabía si era cierto, porque el miedo ya había sido superado y la angustia era la única dueña de mis dos partes.
La primera semana costó sacarme de la cabeza la idea de una muerte próxima, pero pasado ese tiempo la idea comenzó a abandonar la parte que le correspondía y mi vida logró ser casi normal después de muchos días. A partir de ahí me moví como si fuera uno, esperando que la vida misma me diera la respuesta a una separación aparentemente sin solución.
Mi cuerpo manchado, arrugado, cansado, era testigo de los lustros acumulados; así pasó mi vida: buscando en libros, experiencias, historias, dichos y hechos el por qué.
Sin respuesta todavía tengo que decir que esa búsqueda ya no me preocupa y evidentemente a mi cuerpo tampoco ya que hace unos pocos minutos y gracias a los espíritus animales que describió aquel filósofo francés que supo iluminarme, tuve mi movimiento más importante: el definitivo.
Juglar
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