Miró y decidió tomarse un segundo. Puso el problema sobre la mesa. No era una decisión simple ¿Acaso alguna lo es?
Suponía enfrentarse con creencias más profundas de lo que tenía ganas de hurgar. Suponía tirar su proyecto, su estrategia al condenado demonio, bien lejos, arriesgándolo todo.
Siempre elogió esa calma profunda, esa mente helada que le permitía ver todo con la suficiente distancia. Por supuesto que nunca lo decía; era modestia, falsa, pero modestia al fin. Creyó adivinarse sonriendo.
Aquello iba a significar mezclar las cosas; con suerte, sería para mejor. Decidiría el destino qué sería de todo ese embrollo y, como convenciéndose en el momento, tomó el mazo y mezcló: una, dos, tres veces; tres era un buen número, uno como como cualquier otro. Un número impar; siempre pensó en los impares como imperfectos. Repartió, fingió mirar sus cartas y gritó: Falta envido… el resto tomaría aquel canto y el destino le contestaría su suerte.
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