Dos pasos. Dos pasos y ver qué pasa.
Luego el temblor y ver qué pasa.
Dos pasos más. Una puntada de dolor.
Ya no tiene fuerzas para pensar. No puede. Ya pasó la parte de pensar en sus hermanas y hermanos; ya pasó la parte de pensar en sus padres sin rostro. Ya pasó la parte de soñarlos.
Dos pasos más.
Le duele. Se siente pesado. Deben ser los huesos, sí, seguro que son los huesos.
Dos pasos más y el mundo se hace más alto. Está de rodillas, contemplando un atardecer urbano: con edificios como nubes.
Las pecas de grasa, la piel de polvo y tierra se pegan al suelo.
Renuncia.
La calle sigue y siguen los autos. Nadie ve a un niño invisible que fue uno más de los niños invisibles hijos de la ciudad.
moooy bueno
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