Allí donde se besan el cielo y la tierra. Allí guardaré mi alma. Así vivirá luego de mí, y se amigará con el tiempo.
Allí, desde la tierra que fui al cielo que anhelo ser, guardaré mi memoria. Y trataré de recordar cuánto mejor era sentarse en el césped, que sobre cualquier otra cosa; trataré de recordar cuánto mejor era dormir mirando a los ojos de las estrellas, donde viven y mueren los deseos y los reclamos.
Allí donde anida lo cambiante, ese espejo del cielo que lo refleja tan bien y tan mal, allí, en el mar, guardaré mi mente. Para que en su inmensidad mi pensamiento sea siempre sabiduría, sabiendo que todo es devenir y alumbramiento; esperando ser como esa ola que viene, muere y renace en el mismo instante. Recordando todo lo que fui. Proyectando todo lo que seré, con la fluidez del agua, madre de todas las cosas.
Allí, junto al árbol y la montaña, guardaré mis enseñanzas: la virtud de dos pacientes que ven al tiempo caminar y no correr, aquellos dos que entienden el lenguaje del mundo.
Allí, donde se tocan el cielo y la tierra, veo un acto de amor pasional en el ocaso, y otro de amor paternal en la mañana.
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